La hemorragia postparto (HPP) es una de las complicaciones más temidas en la obstetricia, ya que representa una de las principales causas de morbilidad y mortalidad materna en el mundo. Se define como la pérdida excesiva de sangre después del parto, específicamente cuando supera los 1,000 mL o cualquier cantidad que cause inestabilidad hemodinámica en la madre. Su impacto puede ser devastador si no se detecta y trata de manera oportuna, ya que puede llevar a shock hipovolémico, falla multiorgánica e incluso la muerte.
A
pesar de los avances en la atención obstétrica, la HPP sigue siendo una
emergencia que puede presentarse en cualquier parto, incluso en aquellos que
han transcurrido sin complicaciones previas. Si bien existen ciertos factores
de riesgo que predisponen a su aparición, como la atonía uterina, el parto
prolongado, la macrosomía fetal o trastornos de coagulación, lo cierto es que
muchas veces ocurre de manera impredecible. Por ello, todos los profesionales
de salud que asisten nacimientos deben estar preparados para actuar con rapidez
y eficacia.
Dentro
de las causas de la hemorragia postparto, la atonía uterina es
la más frecuente. Normalmente, tras la expulsión de la placenta, el útero se
contrae para comprimir los vasos sanguíneos y detener el sangrado. Sin embargo,
en algunos casos esta contracción no es efectiva, lo que genera una pérdida
abundante de sangre. Frente a esta situación, la primera línea de acción es
realizar un masaje uterino vigoroso y administrar uterotónicos
como oxitocina o misoprostol para estimular la contracción. En casos en los que
esto no sea suficiente, pueden ser necesarios métodos más avanzados, como el
uso de un balón intrauterino o la realización de procedimientos
quirúrgicos como la ligadura de arterias uterinas o, en última instancia, una histerectomía de
emergencia.
Otras
causas de hemorragia postparto incluyen las lesiones en el canal del parto,
como desgarros vaginales, cervicales o incluso rupturas uterinas. En estos
casos, el sangrado persiste a pesar de que el útero se encuentre bien
contraído, por lo que la revisión minuciosa del canal del parto y la sutura inmediata de
las lesiones son fundamentales para detener la hemorragia.
Asimismo, la retención de restos placentarios es otra causa importante, ya que los fragmentos de placenta que
permanecen en el útero impiden su correcta contracción y predisponen a
infecciones. Su manejo implica la extracción manual o, si es necesario, el uso
de un legrado uterino.
En
los casos más graves, la hemorragia postparto puede estar asociada a trastornos de la
coagulación, como la
coagulación intravascular diseminada (CID). Esta condición, que puede ser
secundaria a complicaciones obstétricas como el desprendimiento prematuro de
placenta o la preeclampsia severa, requiere un manejo especializado con transfusiones de
plasma, fibrinógeno y crioprecipitados para restablecer la
capacidad de coagulación de la paciente.
Dado
que la hemorragia postparto es una emergencia obstétrica, la prevención juega un
papel crucial en su manejo. Se ha demostrado que la administración profiláctica de oxitocina
después del parto,
junto con el manejo activo del alumbramiento, reduce significativamente la incidencia de esta complicación.
Otras medidas preventivas incluyen el monitoreo continuo del estado materno en
el posparto inmediato, la identificación temprana de factores de riesgo y la
capacitación constante del personal de salud en protocolos de manejo de
emergencias obstétricas.
En
conclusión, la hemorragia postparto sigue siendo una de las principales
amenazas en la atención materna, pero con un diagnóstico temprano y un manejo
adecuado, es posible reducir su impacto y mejorar la supervivencia materna. La
clave para enfrentarla radica en la vigilancia estricta, la actuación rápida y
la disponibilidad de recursos adecuados para tratar esta condición de manera
eficaz.
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